top of page

Sanación a través de la compasión: cómo la bondad amorosa puede transformar nuestro estilo de apego

Actualizado: 13 jun


ree

Muchos de nosotros transitamos por la vida con heridas de nuestras primeras experiencias de apego.


Nuestro estilo de apego (la forma en que nos relacionamos con los demás y con el mundo) suele tener sus raíces en la infancia y estar determinado por la seguridad o la inestabilidad que experimentamos con nuestros cuidadores.

Cuando esta base parece inestable, puede hacernos sentir inseguros con nosotros mismos, lo que desencadena conductas que surgen de mecanismos de supervivencia en lugar de una conexión genuina.


La falta de seguridad interior se manifiesta de maneras que no siempre reconocemos: nos alejamos de las relaciones, nos sentimos atrapados en el papel de víctimas o buscamos aislarnos cuando la vida se vuelve abrumadora.


Estas son respuestas al trauma, la forma que tiene nuestra mente de protegernos cuando nos han hecho daño o nos han dejado sin apoyo, pero no tienen por qué definirnos para siempre.


Un antídoto contra este aislamiento y la desconfianza se encuentra en la práctica de la compasión, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás. La compasión es más que un sentimiento cálido; es una fuerza poderosa y activa que puede remodelar nuestro mundo interior.

Cuando practicamos la compasión, llevamos bondad amorosa a las partes heridas de nosotros mismos, sosteniendo suavemente el dolor en lugar de resistirlo o juzgarlo.


El trauma puede hacernos sentir atrapados en el papel de víctimas, como si la vida nos ocurriera sin que podamos participar en ella. Pero la compasión nos ofrece otra posibilidad: pasar del desamparo al reconocimiento. Reconocer el dolor, sí, pero sin convertirnos en él. Sostenerlo sin que nos arrastre.

Con el tiempo, podemos dejar de mirar solo las heridas y empezar a ver también lo que nos sostuvo. Los momentos en que algo, alguien, nos amó bien. Las veces que fuimos cuidados, vistos, acompañados.

No somos solo lo que nos rompió. También somos lo que nos dio fuerza. Y eso también merece ser contado.


Uno de los efectos más profundos de practicar la compasión es reconocer que nunca estamos realmente solos. Esto no significa compararnos con los demás ni minimizar nuestro dolor diciendo que “todo el mundo sufre”. Se trata, en cambio, de reconocer que el dolor, la alegría y la lucha son experiencias universales. Todos caminamos juntos por esta vida, cada uno con su carga particular. Al aceptar esto, creamos un sentido de pertenencia, no a través de la comparación, sino a través de la humanidad compartida.


Las dificultades para sentirnos seguros en nuestras relaciones no se resuelven únicamente “yendo hacia adentro”.

Un día estás leyendo sobre trauma, y al otro ya te encontrás abrazando plantas, activando semillas, coleccionando sahumerios de lavanda y diciendo que necesitás “proteger tu energía”.

Y sí, todo eso puede sentirse profundo. Pero si nunca hay espacio para lo incómodo de estar con otros, si nunca hay roce, entonces no hay transformación.

Sanar requiere riesgo. No el de agarrarte un dolor de panza con el te de salvia, sino el de dejarte ver. El de aprender a estar con otros sin perderte.


Sanar las heridas que dejaron nuestras relaciones pasadas no significa olvidarlas ni hacer como si nada doliera. Significa aprender a llevar ese dolor con cuidado, sin herir a otros.

Con amabilidad, no grandilocuente, sino simple, cotidiana, empezamos a acompañar esas partes nuestras que alguna vez se escondieron. Les damos un lugar sin apuro, sin juicio, sin vergüenza.

Y con el tiempo, eso cambia todo. No solo cómo estamos con los demás, sino cómo nos hablamos a nosotros mismos.

Se necesita coraje para estar en relación, para regular cómo hablamos, para frenar antes de reaccionar, para escuchar de verdad.

Coraje para ser amables incluso cuando duele.Para sentirnos parte de algo más grande que nuestra historia personal.

Y para recordar que no siempre se trata solo de nosotros.

ree

No todo se sana ni todo se perdona.Y no todo merece una segunda vuelta.

Hay vínculos que se cortan y está bien.Pero también hay otros que, sin prometer milagros, valen el intento.Porque hay algo ahí que no duele, que sostiene, que nos hace sentir livianos.


Laura.



 
 
 

Comentarios


bottom of page